La relación de la ciudadanía con la información ha cambiado drásticamente en la última década. La era de la posverdad, cuyos primeros síntomas se vieron con claridad a partir de 2016, con el llamado Brexit y la elección de Donald Trump, tiene, entre otras marcas, la retracción de los públicos de la exposición a las noticias y la pérdida de confianza tanto en el periodismo como en los criterios de selección de los algoritmos de las redes sociales.
Para ponerlo en números: según un informe del observatorio de Reuters, solamente 30% de los argentinos confía en la información que recibe; quienes dicen estar interesados en la información pasaron de casi 75% a menos del 40% de nuestros conciudadanos; y 36% señala que evita la información.
Sabemos que la mayoría de las personas no busca más noticias sino noticias que les parezcan más relevantes y les ayuden a encontrar sentido a los complejos problemas que enfrentamos; pero -atención- ya son muchos los estudios que demuestran que no buscamos la verdad, buscamos que nos den la razón. También, que los hechos no funcionan, solamente funciona la conexión emocional. Cuánto más fundada y científica una información, más sospechosa resulta.
En el modo de pensar dominante de nuestra época, late la idea de que la verdad y la justicia están inmediatamente a nuestro alcance y que los procedimientos e instituciones son los responsables de su desfiguración: toda representación falsifica, todo secreto es ilegítimo, en palabras de Daniel Innerarity. Por eso, hay desinterés con respecto al periodismo y sospecha contra los jueces.
¿Cómo es una sociedad que siente una desconfianza tan profunda, que piensa que todos le mienten, que no puede conocer lo que realmente sucede? Evidentemente, es una sociedad muy asustada y abrumada. En los años 60, los jóvenes no se limitaban a imaginar pequeñas reformas y a militancias focalizadas: creían que era posible cambiar el mundo y se proponían hacerlo. ¡Hay que tener la autoestima muy alta y una enorme confianza en el futuro para soñar tan fuerte! Hoy tenemos miedo ambiental; miedo a una nueva guerra global; miedo a que desaparezcan nuestros trabajos por la incidencia de la inteligencia artificial (entre otras cosas).
La pregunta “¿cómo nos comunicamos con nuestras comunidades en este contexto?” es correlativa a esta otra: “¿cómo construimos confianza y nos hacemos relevantes, hoy, desde los poderes judiciales (y desde los demás espacios institucionales)?”. No parece que dependa solamente de hacer más o mejor lo que ya se viene haciendo.
La salida del laberinto debe buscarse siguiendo otros datos, provistos por esos mismos estudios: la sociedad busca en las informaciones sentido, conexión y pertenencia; yo me permito agregar y espacios de seguridad. Las tres cosas son inherentes a la tarea judicial y están en la base de su razón de ser y de sus objetivos estratégicos. Las decisiones jurisdiccionales proveen (o deben proveer) de esos elementos, pero habitualmente fracasan por deficiencias en la comunicación (tema que he trabajado largamente en otros textos y exceden el espacio de éste).
Estoy convencido de que este desafío debe ser entendido como un problema político, que requiere de una solución política, no comunicacional; no se resolverá con mayor presencia en las redes sociales o reemplazando texto por videos, aunque ambas cosas están muy bien. Mi propuesta es desplazar los esfuerzos, en tres sentidos:
- Desde las direcciones de comunicación hacia las áreas de los poderes judiciales que “hacen borde” con la comunidad. Se trata de la construcción de espacios de trabajo con las organizaciones de la sociedad civil, en los cuales se aborden los problemas que dan origen y se sintetizan en los conflictos que ingresan en los expedientes, en todos los fueros. En Argentina, ya estamos empezando a hacerlo con un Poder Judicial provincial.
- Desde las prácticas de comunicación discursivas unidireccionales y asertivas hacia otras en las que pedimos ayuda, opiniones, sugerencias. ¿Cómo lo harían? ¿Qué falta para que esté satisfecho? ¿Qué se puede mejorar? Más circular, redondeado y amable que el modelo actual.
- Desde el centro a la periferia. Hay que comunicar en los territorios: la conexión y la confianza se construyen más fácilmente más en la proximidad. Hay un programa de portavoces locales que estamos trabajando con el Poder Judicial de República Dominicana, que sirve como modelo.
Artículo publicado en Comercio y Justicia
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