Para muchas personas, la forma como están redactados los textos jurídicos constituye un obstáculo difícil de sortear, que les genera desconfianza y reticencia. A diferencia de otras barreras para el acceso a la justicia, ésta puede ser derribada sin grandes inversiones ni reformas normativas.
Alcanza con generar en los operadores judiciales conciencia de las competencias lingüísticas que tienen los destinatarios concretos de los documentos legales. Sólo basta aplicar algunas estrategias de simplificación textual para acercar, aunque sea un poco, el derecho a la gente. Las siguientes recomendaciones intentan hacer un aporte en este camino hacia una comunicación judicial más transparente.
Cuente las palabras que tiene cada oración. Todos los procesadores de texto prevén esta posibilidad. ¿Alguna oración tiene 40 palabras o más? Trate de desarrollar esa idea en dos o tres oraciones más breves, separadas por punto y seguido. Las construcciones más extensas requieren mayores esfuerzos de comprensión y también demandan más tiempo de lectura.
Marque los gerundios que aparecen en el texto. En general, sólo pueden emplearse para expresar una acción simultánea al verbo principal (empezó admitiendo su responsabilidad), un proceso en desarrollo (está redactando una sentencia) o una acción anterior (habiendo dejado sentada nuestra posición, podemos seguir). Todos los otros usos suelen ser incorrectos. Tenga una sana desconfianza en los gerundios. Reemplácelos por verbos conjugados y conectores.
¿Hay aclaraciones o proposiciones subordinadas muy extensas que estén insertas en el medio de la oración? Eso también dificulta la lectura, especialmente cuando alejan el sujeto del verbo principal. Trate de trasladar estos incisos hacia el comienzo o hacia el final de la oración. O, directamente, construya con esa información oraciones independientes vinculadas mediante conectores.
Revise si todas las oraciones mantienen el orden natural de los componentes sintácticos: primero, el sujeto; después, el verbo; y luego, el resto del predicado. Si descubre que alguna oración está desordenada, modifique la posición de los elementos. Cuando los componentes sintácticos están invertidos, el lector tiene que ordenarlos en su mente para comprender el sentido general del enunciado. Esto le añade una tarea adicional, que requiere esfuerzo y tiempo. Una oración desordenada se parece mucho a un rompecabezas. Primero hay que acomodarla, para sólo después entenderla.
¿El texto incluye oraciones o párrafos con información innecesaria para el objetivo del acto de comunicación? Es preferible eliminar esos fragmentos para no distraer al lector con datos inútiles. Un escritor astuto siempre prefiere que la atención del lector se concentre en la información verdaderamente importante. De lo contrario, corre el riesgo de que los datos centrales pasen desapercibidos en medio de tanta información intrascendente. Muchas veces, menos es mejor que más.
¿Utilizó expresiones en desuso o arcaísmos? Reemplácelos por palabras o frases de uso coloquial. El desconocimiento de ciertos términos a menudo genera desconcierto y perjudica la comprensión general del texto, en forma innecesaria. Cada vez que incorporamos una palabra “exótica” tenemos que preguntarnos qué suma y qué resta su uso.
¿Empleó términos técnicos que su interlocutor puede ignorar? Conviene explicar brevemente su significado la primera vez que los utiliza. Esta estrategia facilita no sólo la comprensión de la oración en la que aparece el tecnicismo sino también la legibilidad de todo el documento. Ante cualquier duda, el lector siempre podrá volver a la primera aparición del concepto para esclarecer cualquier malentendido.
¿Usó vocablos o frases provenientes de otras lenguas, como el latín o el inglés? En primer lugar, es preferible reemplazarlos por su traducción al español. Si no puede sustituirlos, explique su significado aproximado la primera vez que los emplee.
¿El texto contiene siglas o acrónimos? La primera vez que aparecen hay que especificar el nombre completo de la entidad referida y, luego, la abreviatura entre paréntesis. Después se puede utilizar sólo la sigla o el acrónimo. Esto evitará un sinnúmero de confusiones.
En los textos muy extensos conviene utilizar “paratextos” que nos permitan ordenar la información. Coloque un título en el comienzo del documento, una introducción que explique su objetivo y su estructura, subtítulos que marquen los diferentes temas abordados o las distintas partes del texto, un índice que permita un abordaje fragmentario del documento, algunos resúmenes con recapitulaciones parciales del contenido textual, una conclusión final, citas al pie que eviten la incrustación de largos incisos en medio de los párrafo
Artículo publicado originalmente en Comercio y Justicia
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